Las dejé ir porque como era feriado y había sol, en la placita San Martín había bastante gente", cuenta Rosana Yelly (52), su mamá, 12 años después de aquel lunes. Es 2005, nadie tiene celular y Rosana no tiene forma de llamar a Rodolfo Olguin, su marido, para que vuelva de la cancha. Rosana apaga el fuego, sale a la calle, mira para un lado y para el otro. No sabe por dónde empezar a buscar. Camina, toca timbre a los vecinos, pregunta a la gente que pasa. Son muchos los que conocen a su hija más chica pero hoy no la vio nadie. "Durante los meses que siguieron a ese día la buscamos en todos lados. Un remisero que la conocía dijo que la vio subir a un auto rojo sin quejarse y que no le dijo nada porque pensó que era un tío o alguien conocido. Otra persona nos dijo que la habían visto en el tren San Martín pidiendo plata y otro en Retiro. Así que nos íbamos todo el día y nos dividíamos con mis otros hijos, mi marido y mi hermano. Cada uno en una estación hasta que se hacía de madrugada y el tren dejaba de pasar. Ahí nos volvíamos". La buscaron viva y la buscaron muerta. La Policía se metió en los descampados, cortaron con machetes los pastos largos, el papá de Luján se metió en la villa 1.11.14, en Retiro, con la foto de su hija en la mano. "Como era la única versión que teníamos, la buscábamos como a una nena de la calle. Íbamos a Retiro de madrugada y cuando veíamos chicas durmiendo en la vereda las destapábamos a ver si alguna era ella". La foto de María Luján Olguin llegó a la web en la que Missing Children difunde las caras de los chicos perdidos y nunca se movió de ahí. Sí lo hicieron las fotos de muchos otros chicos: en los 18 años de existencia de esta Ong, 12.700 chicos fueron encontrados. Con el tiempo, Luján se convirtió en la nena que lleva más tiempo "perdida": ahora, el 13 de abril, cumplirá 20 años.
Su hija es uno de los 92 chicos que hoy siguen siendo buscados en Argentina, según los registros de Missing Children. Sin embargo, Rosana dice que ya nadie la busca. Que el fiscal le dice "cualquier cosa le avisamos, señora". Que nunca hubo un detenido, ni un llamado, ni nada. Y que la única esperanza de que alguien se quebrara y hablara se esfumó con una soga: un vecino que iba a ser juzgado por el abuso sexual de tres nenas. Luján iba seguido a la casa de ese hombre (tenía hijas chicas, era amigo de la familia y era el padrino de su hermana). El hombre se ahorcó el mismo día en que comenzaba el juicio en su contra. Como había ampliado su negocio, se había comprado un auto y una moto, Rosana llegó a pensar que había entregado a Luján a cambio de dinero. No la busca la Policía pero si su mamá, aunque de una forma tan precaria que depende del clima: "Mi hija tenía un lunar visible en el pecho, como a la altura del corazón pero del otro lado. Cuando hace calor y las chicas andan con musculosas yo las miro todo el tiempo. Pero ahora que viene el otoño y el invierno ya no puedo".
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Pasaron 12 años de aquel lunes feriado y Rosana está sentada en un banco de una plaza en Chacarita. Está anocheciendo y acaba de salir de trabajar. Piensa en su hija Carolina y dice que todavía se echa la culpa por no haber acompañado a su hermana al kiosco. Piensa en los cumpleaños, en las fiestas, en la duda: no saber si lo mejor es seguir buscando o dejar de buscar para que la vida siga. Mira a las chicas pasar. Dice que piensa dónde estará, con quién, si todavía se acordará el teléfono de la vecina, que ella se sabía de memoria. Después camina y se sube al tren para volver a casa. Y mientras viaja siempre imagina lo mismo: que Luján volvió, que está en la cocina y que todos están esperando que mamá llegue del trabajo para darle la sorpresa.
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